El tiempo, relativo cómo es,
se escurre entre los dedos como fina arena;
dos años parece a veces demasiado,
y a veces, parece haber sido apenas ayer.
Cada segundo cuenta,
sesenta y dos millones setenta y dos mil;
a veces sin notarlo, en la inercia del día a día.
Veinticuatro meses de lunas nuevas y llenas,
que subieron y bajaron mareas al nivel de la nariz;
sorteando el destino entra la costa y la deriva,
devolviendo a tierra firme lo que resta del naufragio.
Diecisiete mil quinientas veinte horas de actividad,
que llevaron paso a paso en el camino, aquel resto de identidad;
por descomposición y reciclaje, fermento y conservante,
al estado necesario de confianza en el proceso,
de haber logrado con el tiempo, aprender a caerse y volverse a parar.